Gustavo Zerbino tiene 61 años, es médico y padre de cuatro hijos. No obstante, en 1972 era un joven de estudiante de medicina de 19 años y miembro del equipo de rugby “Old Christians”. Jamás imaginó lo que le tocaría en suerte en aquel vuelo rumbo a Chile, en un viaje que se suponía sería ameno y risueño entre las bromas de los colegas y su deporte favorito. Tan inesperado fue el pozo de aire que hizo colisionar al avión, que cortó los cantos abruptamente haciendo que los pasajeros choquen contra el techo de la nave y de ahí en más todo fue incertidumbre.
La vida acomodada de este joven se vio alterada en un giro del destino y aunque nada lo hubiera podido preparar para la hazaña que realizaría juntos a sus compañeros, enfrentó la adversidad con gran valentía. Zebrino cuenta que formaron una especie de pacto para que, en caso de que el muriera, utilizaran su cuerpo para que los demás se alimenten. Sobre esta dura decisión dice: “El primer manipulador que tengo soy yo, en dirigir mi vida en la dirección que quiero. No puedo ser una víctima. Hay gente que elige pasarlo bien o mal. Si tengo el control de mi estado voy a tener un amortiguador para obtener una respuesta. Me comunico siempre conmigo”.
Cabe destacar que Zebrino fue uno de los líderes con respecto a la decisión de comer carne humana, hecho que lo aterraba y traspasaba su moral y tabúes religiosos, físicos y mentales. Dar el primer paso le costó mucho, pero luego fue adaptándose y pudiendo superar los parámetros establecidos por la sociedad racionalista en la cual se encontraba sumido. Entonces surge una especie de nueva sociedad y comunidad con normas que van y vienen, donde los líderes también son efímeros y son aquellos que pueden bromear o levantar el ánimo colectivo con un chiste.
Zebrino no deja de señalar que la supervivencia fue gracias a que obraron como un equipo muy unido que tuvo que pelear por sobrevivir ante una situación límite. Bajo estas circunstancias, la creatividad conjunta despertó a límites insospechables. Creatividad que le valdría varios años después para oficiar de presidente de la compañía farmacéutica uruguaya “Merck”, además de aconsejar a ejecutivos sobre la toma de decisiones.
“Para mí lo que me ocurrió en la cordillera es como una pretemporada en deporte. Me permitió darme cuenta de una realidad. Éramos 16 experiencias, 16 personas. Lo que ocurrió fue una realidad, pero luego las 16 personas las vivimos de una manera diferente. Cuando tienes miedo y te sientes mal, el umbral se achica. Sentirse bien o mal es una decisión y la gente lo suele delegar en el entorno”, opina Zebrino. Quizá ésta sea uno de los mecanismos psicológicos que le permitió dominar la situación. El hecho de sentirse en pleno uso de sus facultades y de dominar mentalmente una situación de caos y un pandemonio desatado. Pero esto no quiere decir que Zebrino tenía una mera ilusión de control ante algo incontrolable, al contrario, él pudo dominarse psicológicamente para ser un individuo dentro de un grupo, sin ser solamente un grupo, pero formando parte de éste.
En definitiva, Zebrino aprendió a vivir cada día como si fuera el último, tal y como en el 72 dónde realmente la incertidumbre era mayor. No deja de resultar paradójico que en aquella tragedia con la muerte susurrando al oído, él haya aprendido a vivir.
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